Tensa la cuerda, preparada, nos jala al son del viento, en suaves caricias o en fugaces ráfagas. Nos incita a cruzarla, saltando al ruedo de la nada. Nudo invisible que enlaza un comienzo a un posible final, nada escrito, si en su largo caminar, desnuda, espera nuestro andar.
No hay marcha atrás, hemos llegado, el lazo anterior quedó cortado, se convirtió en el pilar que sostiene el principio del final.
A rastras, tanteando el leve asidero que nos aguarda, comenzamos la marcha, mirando siempre atrás, aferrados al fuerte cimiento que menoscaba el miedo, sabiéndolo firme y compacto, en constante vigilia, nos adentramos, arriesgando a pasos lentos, en breves espacios que nos resultan eternos, cortos movimientos, en la búsqueda del equilibrio constante para erguir nuestro cuerpo.
Ahora, en ese espacio infinito que nos aguarda, ya no cabe el giro ni la vuelta, sólo queda avanzar sorteando aquellos obstáculos que antes, en la lejanía, ni siquiera fuimos capaces de percibir, y nos preguntamos cómo es que llegaron allí. Se acrecienta el camino que creímos dominar, parece detenerse el tiempo pero lejos de la realidad, éste sigue avanzando y nosotros, inmersos en él, damos rienda suelta y sin saber cómo ni cuando, nos vemos ahí, quietos, a medio camino ya o más.